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Mary Elizabeth Winstead Superstar en...

LAS FRONTERAS DE LA FICCIÓN  

 

Por Funesmortis

La 16 escupió una camioneta Gladiator que rodaba a toda velocidad echando fuego por el culo. Apareció zigzagueando, procurando sacarse de encima una horda de entidades ectoplásmicas de doppelgänger  que en vuelos rasantes intentaban tumbar el cacharro volador. A pesar de la entereza que ponían los dobles demoníacos, el conductor se las amañó muy bien con volanteos bruscos para sacárselos de encima. Lo logró después de varios barquinazos e incluso llegó a dañar el ala de un doppelgänger que chorreó un espeso líquido negro antes de terminar rodando sobre unos pastizales quemados, a la vera de la ruta.


La Gladiator continuó tambaleante algunos metros más y frenó echando humo a un costado de la ruta, sobre la banquina.


La puerta del pasajero se abrió y bajó una morocha preciosa de unos 27 de edad, metro setenta de estatura y cabellera azul. Traía puestas unas gafas de sol, una blusa blanca con la imagen de Pinhead, unos jeans clásicos recortados por encima de las rodillas y unas botas negras tipo leñador.


Venía escuchando por los intrauriculares de su reproductor biológico multimedia un disco de Róisín Murphy. Sobre su cintura, del lado izquierdo, colgaba un machete enfundado en cuero de carpincho, y del otro lado, casi a la altura del muslo, a disposición de su mano diestra, una vieja Smith & Wesson modelo 629. También traía consigo una cinta de cartuchos de recargas con proyectiles .44 magnum y una navaja Suiza multifuncional que ocultaba en un compartimiento secreto de la suela de sus zapatos y que en varias ocasiones supo salvarle la vida.


La morocha preciosa está sudando a mares.


El sol es cruel y más por esta época del año; Resistencia city es un infierno.


Hace 52 grados centígrados bajo el sol abrasador, tremendo. Faltan 30 minutos para las 13 horas. Es jueves, 13 de marzo del año 2.555.   


La chica del machete enfundado en cuero de carpincho es la actriz Mary Elizabeth Winstead. Tres días atrás fue rescatada de la temible Luz Blanca por el ex luchador Timoteo Méndez, a pocas cuadras de la avenida Sarmiento, donde se presentó ante ella como su guardián protector y le explicó la situación:

































__Antes que nada, debe saber que estamos en un mundo post apocalíptico, es una especie de limbo entre la ficción y la realidad. Aquí, en Resistencia City, todos los universos imposibles son probables y todos los universos posibles son improbables. Además, hay una Luz Blanca que vuelve loca a las personas y yo vine hasta aquí a rescatarla porque estoy completamente enamorado de usted.


Timoteo sacó la cabeza por la ventana del conductor de la Gladiator, exhausto.


Mary Elizabeth Winstead se recogió el pelo hacia atrás con una bandita elástica, quedándose satisfecha con la comodidad que brinda un look fresco e informal, conocido como horsetail o Cola de Caballo. Está pensando en la canción de Róisín Murphy que está escuchando, Night of the dancing flame. No tiene que ver con nada, pero el tema está bueno; habla sobre los que bailan alrededor de la llama del fuego. Ella siempre se sintió así, bailando junto a una lumbre…  


__Voy contigo –dijo.


__Es una cuestión cerrada –respondió ella, sin voltearse hacia atrás–, Timoteo. Tengo que hacer sola este trabajo, ya lo hablamos. Es importante que encuentres a Liza y la conduzcas hasta La lumbre de Cot.


La cara de Méndez se entumeció. Era un gesto típico de él, de disconformidad. Se arrebolaba desde el cuello hasta la frente. A veces Mary pensaba que Timy era un niño caprichoso a quien debía poner límites, cuidarlo, protegerlo. De alguna manera se sentía responsable por él, aunque en realidad el rol de la ex gloria de la lucha libre consistía, a la inversa, en velar por la seguridad y la salud de Mary Elizabeth. Por más que a veces se sintiera desautorizado por ella, lo que verdaderamente lo llenaba de bronca y confusión era el hecho de sentirse vulnerable frente a ella, a razón de que él le había manifestado su amor y ella –por el momento, tema que lo tenía a mal traer–: la nada misma.  


Pero Mary era una mujer temeraria. Había que ser muy sonso para no darse cuenta, bastaba con mirarle la pinta de guerrera brava con que traspasó el portal de mundos, el agujero negro, si hasta parecía una heroína del submundo Sucker Punch o una sexi caza zombis de la saga Resident Evil.


Timoteo Méndez se sentía un viejo perro de la noche sucumbiendo ante la belleza que desparramaba la humanidad de Mary Elizabeth Winstead. Bastaba con verla alejarse de la Gladiator en dirección al cartelito luminoso de la entrada a Cremātus, pasar por al lado de éste y atravesar una calle de bares y antros de mala muerte y una moderna fábrica de drogas psicoactivas, bajo el solazo terrible, hasta adentrarse en un angosto pasadizo, momento en el cual Timoteo la pierde de vista y pone en marcha el cacharro volador, pega la media vuelta y se aleja de la primera escena de esta película, cagando fuego por los escapes.

 

Mary Elizabeth se interna dentro de aquellas tinieblas dejando atrás un denso banco de biopunks, esquiva una viejecita en silla de ruedas y pocos metros después aparece un sinuoso túnel subterráneo que termina en una gran portal de acero detrás del cual, finalmente, accede a Cremātus. Pone al mango la canción de Róisín Murphy; se la conoce de memoria, tiene una introducción maravillosa de un minuto con treinta y nueve segundos, compuesta por una batería suave, una guitarra eléctrica lluviosa, un bajo duro y sencillo, un piano sicodélico y un DJ conjurando sonidos espectrales; sobresale una trompeta chirriante que al final despedaza la cordura de la fanática. Aparece un androide doppelgänger arrojando sangre y ectoplasma ácido por la boca. Se procura un ataque frontal pero muerde el polvo, decapitado en el intento. El filo curvo del machete de Mary Elizabeth chorrea sangre negra.


Más adelante, ve que una descomunal columna de humo negro invade la extensión del cielo repentinamente anochecido y grisáceo, como a punto de llover. Finalmente aparece ante sus ojos: la aterradora muralla de cadáveres lacerados, humosos, amontonándose a lo largo de kilómetros sobre las orillas del Río Paraná hasta conseguir la altura de treinta y ocho metros, un edificio humano de futurista decadencia y espanto.  Al parecer –supuso Winstead– cumplirían la función de barricadas de contención. El hedor de la piel chamuscándose la repugna, y tose. Saca un pañuelo y se cubre la nariz y la boca; pero el olor es repulsivo, contaminante, roe su garganta.


Entre cortinas errantes de humaredas comienza a llover. Superada la introducción, viene la segunda parte de la canción donde Róisín Murphy empieza a cantar. Sin embargo, Mary Elizabeth está convencida de que traspasando recién la primera estrofa musical, el track se pone realmente bueno, inembargable. Como un libro que toma una dimensión impensada a mitad de trama, un contragiro. Hay una vibra extraña en la atmósfera, densa.


Mary se ocultó entre la montaña de cadáveres cuando escuchó el traqueteo de un automóvil. Dos motonetas con armaduras aerodinámicas empujaban una carroza de fuego. El carromato pasó levantando una polvareda cenicienta y echando chispas de lumbres danzantes. Lo conducía un ñeri que castigaba con chicotazos la pereza de dos androides de doppelgänger. 


Mary Elizabeth se dejó rodar sobre los cadáveres macilentos. Una vez en el suelo se incorporó en medio de un ataque de arcadas. Después salió al trote siguiendo el rastro humoso del coche, atravesó un campo minado de vampiros empalados por el culo y zigzagueó una hilera de pilares hasta traspasar una vastedad confusa de cartones publicitarios multicolores, donde al adelantarse un par de pasos se vio frente a una escalera caracol que supuestamente la conduciría al primer planteamiento formal de esta película, es decir al clímax de este horror show. Todo esto, justo en el momento en que Mary Elizabeth Winstead entró en la cuenta de que traspasó los límites de la realidad y la ficción, en algún momento dado, y sin notarlo. Esto explicaría por qué apareció corriendo por los pasillos de la discoteca Prototipo, perseguida por una horda de poetas estéreos que clamaban por recitarle obscenidades. 



La escena anterior le recordó a la actriz Ashley Laurence escapando por un corredor angosto de una bestia famélica elefantiásica en la película Hellraiser. Sobretodo porque le tomó al menos una semana escapar de la discoteca Prototipo y encontrar otro transportador confiable que la condujera nuevamente a la isla flotante de Cremātus. 


Delegaciones completas de rugbiers –y otros asiduos visitantes entre los que pueden mencionarse a los infames clones de los hermanos Liam y Noel Gallagher– llegaron a extraviarse en sus incalculables pistas de juerga. Prototipo fue concebida por la mente pervertida del ingeniero toba Longo Fisher. Empezó construyendo indecentes bombas de barro que en su interior contenía el temible virus Upior, capaz de convertir a hombres decentes en monstruos vivientes sedientos de sangre. El invento de Fisher, luego conocido como las Bombas de Upior, fue rechazado por la comunidad científica del Impenetrable artificial  debido a los agentes biológicos que éste contenía (un tipo de virus vampírico). Pero en el año 2.526 su vida cambió radicalmente: de ser el aborigen más odiado del mundo pasó a ser el más querido y venerado, a raíz del desarrollo de un controvertido y magnánimo invento financiado por Wall Street: una monstruosa arquitectura laberíntica antigravitatoria, con la cual se hizo famoso y rico.


Influenciado por el arte neogótico, las películas de Mario Bava y el black metal noruego, y por supuesto por su película favorita Aguirre la ira de Dios, maquinó la construcción de una discoteca flotante en plena selva artificial chaqueña, erigida en su totalidad con ladrillos de barro, como originariamente lo hacían sus ancestros, aunque conservando –eso sí– la ligereza, la modestia estructural, la iluminación interior de sus innumerables corredores, estilos característicos del arte gótico medieval de la Europa Occidental del Siglo XXIV alternativo –que a veces parecía igual al original.


La discoteca del toba alcanzó dimensiones impensadas, llegando incluso, desde lo alto del cielo donde el mega edificio permanecía suspendido en el aire, a entremezclarse a través de miles de enrevesadas ramificaciones espectrales que descendían hasta las profundidades del monte a lo largo de kilómetros; extensiones enteras de sus naves se bifurcaban repetidamente igual que pictogramas caóticos sobre aquella geografía enrarecida, adaptando su aterradora arquitectura al ecosistema de flora y fauna autóctonas de aquel universo holográfico surreal. 


Al principio Mary Elizabeth se pegó un susto tremendo.


Supuso que –tal vez, después de traspasar los límites de la muralla de cadáveres– ingresó a un submundo ordinario del paralelo espacio-tiempo, perteneciente quizás a una de las múltiples realidades de la ficción inducida por la cinematografía épica y las escenas demenciales que comprendían las confusas y caóticas geometrías de que se componía la discoteca Prototipo. Jamás cruzó por su mente la idea de encontrarse (luego de haberse escapado de las garras de aquel monstruo elefantiásico), ni bien pisó el boliche, con una retrospectiva de Marta Minujín: una Marta Minujín androide coordinaba un happening en una pista de baile de break dance. Los androides doppelgänger estaban por todas partes; eran réplicas, clones, mutados con el ADN original del banco genético de la colección personal de Fisher.    
Más adelante, cruzando las vallas de un living vip iluminado, atiborrada de tubos fluorescentes verdes, flirteaba con la pornostar Sasha Grey el doble de doppelgänger del historiador Guido Miranda. Otro doble de doppelgänger, el del ex gobernador Ruiz Palacios, se mostraba sumamente interesado en los rayos láser que disparaban los pezones de la seductora actriz.


Como si el bizarrismo extremo no tuviera ningún sentido, en la pista de baile donde sólo se escuchaba y bailaba música dark wave, a unos metros de la barra donde un punki defenestraba obra y vida del escritor Pablo Gamorra y la cantante Róisín Murphy se dejaba seducir por el multimillonario Arl Sok McCulluns, DJ Inertiatic Esp descendía desde una de las salas de baile del tercer piso, piloteando una cabina voladora que disparaba luces enceguecedoras. DJ comandaba su plato volador pinchando discos y, de tanto en tanto, arrojaba porciones de torta browning con manteca de cannabis sativa, enajenando a la multitud que deliraba con las intermitencias electrónicas de Clan Of Xymox.


Mary Elizabeth no resistió la tentación y devoró una porción del browning cannábico; venía famélica desde que bajó de la Gladiator.


Al rato se la vio bailando por los aires, encima de la nave espacial de DJ Inertiatic Esp.


Al rato se la vio bebiendo absenta en el living vip, con Sasha Grey –quien para entonces ya había espantado a los rajes a Miranda y Ruiz Palacios, a causa de la disfunción eréctil que padecían ambos debido al exacerbado gorilismo que pregonaban. Te cuento un secreto: a los viejos verdes y fachos no se les pone dura, susurró Grey al oído de Winstead, muy tentada…


Al rato se la vio bailando con Sasha, en un hall privado de la discoteca a la que sólo tenían acceso los usuarios vip. Sonaba de fondo She lost control de Joy Division cuando se las vio –a Mary y a Sasha en cuestión– desaparecer en el plato volador de DJ Inertiatic Esp. El artefacto planeó a toda velocidad atravesando las enmarañadas pistas de baile, barras y zonas exclusivas de la discoteca Prototipo.


Al rato no se la vio más.

 

Mary Elizabeth despertó –sin saber cómo ni cuándo ni bajo qué circunstancias– dentro de un apartamento ubicado por calle Mitre.


Un reloj encima de la mesita de luz, junto a la cama donde descansaba Mary Elizabeth, dio las 18:17. 


La Luz Blanca, brillante, comenzó a esparcirse irregularmente por las calles de Resistencia.


Jueves, mes de junio del año 2100.


Hace un día gris, húmedo, pesado.


Mary Elizabeth escuchó sonar el timbre tres veces. Se levantó de la cama y se vistió a las apuradas. Se calzó lo primero que encontró: una blusa blanca con la imagen de Pinhead, unos jeans azules clásicos y unas botas tipo leñador. Rumbo a la puerta, todavía divagando entre hilitos de sueño, el timbre volvió a sonar varias veces –más de tres– con aparatosa insistencia. Observó por la mirilla de la puerta: detrás había un tipo alto, de cara redonda y pecho ancho.


__¡Mary, sé que estás ahí! Es de vida o muerte que me dejes entrar. Tengo algo muy importante que decirte y no tenemos mucho tiempo –advirtió el desconocido, a quien Mary notaba ciertamente ansioso; su tono de voz temblequeaba.


Finalmente, Mary abrió la puerta.


__ Antes que nada, debe saber que estamos en un mundo post apocalíptico, es una especie de limbo entre la ficción y la realidad. Aquí, en Resistencia City, todos los universos imposibles son probables y todos los universos posibles son improbables. Además, hay una Luz Blanca que vuelve loca a las personas y yo vine hasta aquí a rescatarla porque estoy completamente enamorado de usted.

UN SUEÑO (DESPIERTO)

Fragmentos para la reconstrucción del futuro 

 

Por DJ Sultán del Horror

La Finalmente llegò el dìa en que ya nadie dormìa. Pistola, machete, puñal, hacha en mano. Palo en mano. Lo que sea. Pero ya nadie dormìa. Todos cuidaban sus casas con la absurdamente patètica esperanza de que el huracàn debìa pasar y todo volverìa a la normalidad. Nadie pensò realmente que el de ayer habìa sido, al fin, el ùltimo dìa.



Los automòviles al costado de las veredas, detenidos. Bienes derilictos, dominio absoluta del Estado Colapso. Testimonio tètrico de la farsa. Lo sabìamos, era obvio: de todos modos seguimos adelante. Pensàbamos que nuestro ridìculo chiste era en serio, pero la Muerte no se deja engañar ni le importa cuàntas drogas tomemos, y ahora todo està oxidàndose y nos nos importa lavar nada, porque no hay tiempo para eso. Todo està teñido de sangre y òxido. No queremos que la mancha nos alcance. Es nuestro destino, sin dudas, pero no queremos ser una parte olvidada del òxido. Y ya no hay quien nos recuerde, nos quedamos sin lugar en los libros de Historia, esos bobalicones tomos de inùtil mentira apilada sobre inùtil mentira, asì que esto es, ahora y para siempre, cuestiòn de vida o muerte.


El dìa anterior habìa sido un dìa màs, como cualquier otro dìa màs. Fue el ùltimo antes de los dìas nuevos, que fueron los Dias Para Siempre. No hubo actos, no hubo discursos. La verdad es que fue asì nomàs que pasò. Dirìa, una falta de respeto a nuestro ego. Una humillaciòn merecida.


Recuerdo las larguìsimas colas de vehìculos: horas y horas tiradas la basura para hacerse de unos cuantos litros de nafta. Petròleo. Combustible. Se agotò y se fue todo a la mierda. Nunca màs volvimos a saber de èl. Quièn sabe, tal vez dentro de algunos millones de años quienes nos sucedan volveràn a dar comienzo a la funciòn. Quizà nosotros mismos seamos un Circo Freak sucediendo a otro Circo Freak. Y todas nuestras verdades, a la basura. Una y otra vez, desde siempre y para siempre.


Quièn sabe. Tal vez nunca fueron verdades. Pero es agradable vivir anestesiado. Es agradable no saber, matar para imponer nuestra No Verdad. La que nos permite estar quietos, sentados viendo como nuestros sueños son diseñados por la energìa cinètica de la estupidez. Reducidos a polvo, luego compactado, envasado en pastillas. Pastillas de colores. Luego, nos tragamos algo, nos dicen “esto es un sueño” y acabas de ingerir pesadilla pura. Pero no te importa. Porque eso es lo que somos: la pesadilla de un dios berreta, incompetente y resentido. Nos lo inventamos nosotros mismos, a medida. Eso nos tocò ser: el tragicòmico montaje de un dios bastante menor. Un dios muy parecido a nosotros mismos. De todos modos, estàs pudrièndote mientras te vaciás.


Y matar entretiene, le da sentido a la vida. Hace menos aburrida la espera. Pasamos por acà como pasa el agua por la mochila de un inodoro. No es tan complicado en realidad.


No fueron bombas. Fue el fuego. Todo ardiò y entonces comprendimos que simplemente el fuego se extendiò màs de la cuenta. Creìamos tenerlo bajo control. Creìamos que este barco no se iba a hundir, pero los mares ardieron y entonces ya nadie supo hacia donde correr.  Y en efecto, no habìa hacia donde correr.


Se sentìa ridìculo ver multitudes correr dàndole la espalda a un destino fatalmente màs veloz. Se sentìa rìdiculo, y por supuesto era ridìculo hasta el llanto.


Recuerdo los tiempos finales. Eras lo que te tocò ser o nada màs. Estàbamos tan atrofiados que apenas moverse sonaba a inmolarse. Si te movìas te quebrabas. Ademàs ¿para què hacerlo? ¿Para què intentar detener lo inevitable? Solamente un loco, cada tanto, espasmòdicamente se movìa.


Todos seguìan arriba de sus autos. De sus motos. De sus camiones. Todos seguìan en las colas de las Cajas Municipales, esperando una hora, dos horas para pagar impuestos. Todos seguìan presentando ridìculos papeles para conseguir una cèdula de identidad, un pasaporte, un tìtulo de propiedad o un carnet cualquiera. El fuego quemò todo eso. No quedò nada. Y los imbèciles que creyeron ver una oportunidad en todo aquèl caos y se quedaban con las cosas de las primeras vìctimas, pronto fueron vìctimas ellos mismos del odio sanguiñoliento de masas hambrientas que ya habìan perdido la memoria de la civilizaciòn. Y fue asì nomàs, fue simple: los destrozaron y se los comieron. Y nadie disfrutò hacièndolo y nadie recuerda a nadie entre todos aquèllos hechos. No fue un acto de justicia, ni muchìsimo menos.


Mientras algunos seguìan haciendo denuncias ante la Justicia para reclamar por lo que entendìan Justo, los jueces estaban en sus autos en las colas estùpidas al cabo de las cuales se suponìa que se llevarìan algo de nafta a su casa, como si eso sirviera, como si fueran a tomàrsela. Y los empleados, tan entumecidos como todos los demàs, esclavos del imbècil deseo de que los meses se terminen para volver a cobrar –una vez, y otra vez y otra vez hasta tanto sea posible-, les tomaban las denuncias y daban entrada a los planteos en ridìculos libros de registro, pero les recorrìa las venas el mismo frìo horror que llenaba todos los cuerpos. Nadie era distinto en todo aquèl circo, sin importar cuànto se esforzara en parecerlo.


Los vendedores de combustible habìan huìdo hacìa tiempo largo ya. Manejaban sus negocios a la distancia, exprimièndolos hasta el ùltimo dìa, ignorando que el Final de los Tiempos no reconoce, no respeta, no distingue distancias. Y ardieron en bóvedas junto a sus familias. Murieron con la peor de las indignidades: murieron creyèndose a salvo, murieron con el espanto del cobarde en los ojos. Y se quemaron todos sus billetes. Y nadie los llorò. Estaban todos tratando de salvarse.
Algunos creyeron que en el cielo estarìan a salvo. Y esas basuras que sabìan lo que estaba pasando, levantaron vuelo semanas antes. Y cuando el combustible que habìan atesorado en sus plataformas volantes se agotò debieron descender y los salvajes sobrevivientes destrozaron sus aviones pedazo de chapa a pedazo de chapa y se los comieron vivos. La putrefacciòn hizo el resto.


Todos los tratados, todos los libros y leyes ardieron. Y cuando esto pasò se acabaron las comunicaciones. El lenguaje se redujo, hasta desaparecer por completo. Sòlo quedò “estar vivo” o “estar muerto”.


Parecìa imposible. Un dìa antes, juro que parecìa imposible. Miràbamos en la televisiòn còmo cortaban los àrboles; algunos, los de mayor compromiso, donaban 10 pesos a instituciones fantasmas para detener la deforestaciòn. Pero, ahora lo veo, era ridìculo. La destrucciòn es la capital de nuestro mapa genètico.


Algunos se armaron en cèlulas que se conocieron como “La Resistencia”. Se esconcondieron en cuevas. Resistieron con lo que habìa y cuando se terminaron las balas, cuando un pedazo de metal era una pieza històrica de la que sòlo se tenìa referencias mitològicas, una piedra, un mazo, era el arma para aplastar la cabeza del otro. Resistieron con lo que habìa, pero fue sòlo cuestiòn de tiempo hasta que empezaron a comerse primero a los màs viejos, luego a los màs dèbiles de todas las edades. Sòlo sobrevivieron los monstruos. Pero eventualmente tambièn ellos fenecieron porque nadie come arena.


Lo primero que se terminò fue el amor. Parece imposible, pero junto con el combustible se terminò el amor. Y la humanidad, tal como la conocemos, sucumbiò asfixiada en su propio vòmito. Resulta que nadie sabìa realmente lo que era el amor, simplemente hacìan lo que les habìa sido dicho.

 

Jack London

 CAVERNÍCOLAS

  Entrá en sintonía con los muertos con RADIOZ

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